25 de Noviembre:
Día de la no violencia contra la mujer (versión resumen)
Despertando
de una pesadilla real (Crónica)
La
primera vez que Beatriz se dio cuenta lo
violento que era Saúl, fue cuando éste, en medio de una leve discusión término
arrojando un vaso al piso convirtiéndolo en añicos. En ese instante, cautelosa
ella, no le dijo nada, supo que no era el momento indicado para preguntas.
Luego de unos días, cuando las aguas
se habían calmado, cuando el leve percance había quedado casi en el olvido (al
menos para él), ella le preguntó porqué había reaccionado de esa forma. Saúl le
respondió que tan sólo de ese modo pudo desahogar su rabia. - ¿Y no te pudiste
controlar? – le preguntó Beatriz. - No, - respondió Saúl – no pude evitarlo.
Después de aquel incidente sostuvieron
algunas discusiones más. Pero Saúl no había reaccionado como la primera vez.
Quizá fue por esto que más adelante en una nueva pelea la situación se le fue
de las manos. Era como si en todo este tiempo se hubiesen estado acumulando
todas esas rabias. Solo así se explicaría el porqué de esta dura reacción: la
empujo tan fuerte, al extremo que estuvo a punto de llevarla al suelo.
Últimamente andaba muy desconfiado. A
diario revisaba sus cosas, su teléfono móvil, tenia celos de sus amigos, de sus
familiares. No quería que salga. Pero esta inseguridad no había surgido de la
nada. Cierto día ocurrió un incidente: Beatriz fue a un cumpleaños con unas
amigas sin previo aviso. Cuando él se enteró sintió una gran desilusión, una
fuerte desconfianza. Quizás, allí recién
afloró el verdadero carácter que tenía agazapado durante dos años de relación. Beatriz
era consciente de que había fallado, que había roto la confianza ganada en todo
ese tiempo, aunque muy en el fondo se decía que no era para tanto, que era una
exageración por parte de Saúl. Cada vez que sostenían una discusión él le recordaba
y enrostraba con duras palabras ese episodio.
Con el tiempo (ya cansada de tanto
reproche) Beatriz se dio cuenta que esa situación no podía continuar así, que
no podía seguir soportando tantas injurias, tanto maltrato sicológico. Fue
entonces cuando decidió terminar con él.
Sin embargo, cada vez que ella le decía
para que terminen su relación, Saúl se ponía eufórico, su rostro se transformaba en una mezcla de rabia
y de tristeza. Maldecía el ya no poder confiar en ella y terminaba amenazándola
con que si lo dejaba él se suicidaría.
Conforme pasaban los días, la
desconfianza de Saúl iba en aumento. A cada instante quería saber dónde y con
quién estaba, hasta había llegado al extremo de espiarla a la salida de su casa,
de su trabajo. Pero la gota que derramo el vaso ocurrió una noche cuando él, en
su cuarto, intentó besarla y ella lo esquivó. Luego de tantas insistencias
Beatriz dejó que la besara pero cuando Saúl se preponía a hacerle el amor ella
se retiró bruscamente y le dijo que no. El, como era de esperarse, le pidió
explicaciones pero ella lejos de decirle la verdad sólo atinó a proferir que no
tenía ganas. - ¡Es algo más que eso! – Gritó Saúl un tanto exasperado – No me
quieres besar, no quieres hacer el amor, ¿Acaso ya no te gusto? ¿Acaso hay otro
hombre? - No digas tonterías - refutó Beatriz.
Al no encontrar una respuesta concreta
Saúl se fue enfureciendo cada vez más hasta que en un momento sin saber cómo sintió
la palma de su mano estrellándose contra la mejilla de Beatriz. Esa mejilla
tantas veces acariciada por sus labios.
Beatriz lloró. No lo hizo por el dolor de la bofetada, sino
por tristeza, amargura. Supo que allí
acababa todo, que ese golpe daba crédito a las conjeturas sobre el impulsivo
carácter de Saúl. Lloró porque nunca pensó que él, la persona que en un momento
dijo amarla con toda su alma, se había atrevido a golpearla. Ahora tenía bien
en claro que si él había sido capaz de eso, era capaz de hacerle cualquier otra
cosa.
A un lado, Saúl, perplejo, la contemplaba, se cogía la
cabeza en señal de arrepentimiento. Sintió ganas de abrazarla, consolarla,
secarle las lágrimas, pero algo, quizás su sucia conciencia no le dejaba actuar
convenientemente. - Perdóname – se escuchó decir, con voz algo firme pero no
menos contrita – Perdóname por favor, no lo quise hacer, no se lo que me paso. - Juraste que nunca me
pondrías la mano – gritó ella con voz quebrada por el llanto - Abusivo, te
odio, has matado el poco amor que quedaba.
Esas palabras laceraron los sentimientos de Saúl, dolían más
que la bofetada que le había propinado. - Perdí el control mi amor, perdóname,
te debiste callar cuando te lo pedí. Me siento avergonzado. Es que me sacaste
de mis casillas. Perdóname…
Dos horas después (increíble el enorme grado persuasivo
de Saúl) ella acurrucada en sus brazos le pedía que no lo volviera hacer. Lo
perdonó. ¡Craso error, gravísimo! La mente de alguien que acaba de cometer un
acto de violencia es parecida a la de un niño cuando ha cometido una travesura
y si no se le corrige como se debe (o si se le
corrige y al rato se le mima) éste no escarmienta, definitivamente no.
De ello se fue dando cuenta con el paso del tiempo. En
los seis años de convivencia, ya con dos hijos. Su madre, quien era la que más sufría
al ver como maltrataban a su hija, se había cansado ya de pedirle que se separara,
que lo denunciara. Pero Beatriz, terca ella, fiel al maltrato, no obedecía.
Algo inexplicable (porque hasta hoy no se puede entender como una persona puede
seguir amando a alguien que lo maltrata) hacia que fuera una adlátere, una súbdita
de la violencia. El colmo era que ahora ella lo eximía de las golpizas. Cada
vez que su familia la veía con un moretón aparecido en alguna parte del cuerpo,
ella les decía que se había golpeado accidentalmente en casa. Sus pequeños
hijos, que ya se daban cuenta de la realidad, eran quienes desmentían esas
falsas versiones.
Como era previsible, ese error se pagó diez años después
con Beatriz hospitalizada, al borde de
la muerte. Ahora recién se da cuenta que fue una gran equivocación al perdonarlo
por primera, segunda, tercera y enésima vez.